La vida es un torrente de sorpresas, un tornado de escenas, miles de flashes de luces de colores que te hacen delirar. Es la clara evidencia de que no importa cuando planees algo... siempre existirá un factor que será el responsable de hacer venir abajo todo lo que planeaste.
Esa es, quizá, la parte mas emocionante. Pero no deja de ser desesperante.
Me había inventado un guión perfecto, con escenas llenas de drama y complicidad pura junto a mi inspiración e ideales. No necesitaba nada más... solo a mi silencio propio y a mi misma. No había narcisismo, no era necesario. Sólo una única verdad: así sería hasta el final. Era una fatídica esfera de cristal, en baño de plata, con un lazo celeste. Brillaba cual rostro de alguna muñeca de porcelana.
Sinónimo real de la mismísima Pandora, antónimo especial de la sinceridad.
Era el vestigio de un arlequín de sonrisa falsa, o alguna hada estafadora de ilusiones.
Una rosa azul rey que aguardaba a ser arrancada de raíz para marchitarse. En fin, una obra de teatro como cualquier otra que se empeñaba en intentar se distinta. Cubierta con vendajes de lino, junto a ungüentos rebosantes en sarcasmo e ironía, como método de auto-defensa. En el interior aguarda una gota de agua bendita y congelada que es más frágil que un cristal. La única lagrima salada y de desesperación que me quedaba y me hacia humana.
Mis impulsos nerviosos iban sobre el papel de vez en vez, como alguna estrella fugaz. Hasta que una noche, un caballero andante, dejase brillar su armadura de guerra en el umbral de mi mundo. La pluma con que describía mis sensaciones terminó en el suelo, y la tinta que habría sacado de mis venas se derramó manchando mi vestido largo y oscuro.
Yo permanecía en el suelo, advirtiendo las manchas de mis vestiduras y el sonido repetitivo de la armadura del alto caballero que se aproximaba hacia mi. Un sonido metálico, rechinante... desesperante, como los cambios de la vida misma.
Plateado, se desplazaba con movimientos lentos, minuciosos. Llegó por fin, y se postró frente a mi.
Ese sería el día en que mi libreto se alteraría. Mírame ahora, con mis lápices rotos... Garabateando con dificultad sobre el papel arrugado y sucio. Desplomada sobre el suelo nauseabundo, con gotas de tinta manchando mi piel y con lagrimas bajando mis mejillas. Aterrada entre mis cuatro paredes. Deseando haber podido tener la fuerza de voluntad necesaria para obviar aquella rosa carmín que me extendió. Haber logrado rechazar mis sentimientos, y no haberme decidido a escribir mi perdición.
Cambió completamente, desde la llegada de ese singular personaje. Mi vida ya no es la misma y no volverá a serlo.
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