06 abril 2012

Falsa Acacia [#O2]



Acto II: Permisos, lagrimas.


Los espectros parecen estar dispersos por los alrededores, y en la aldea Rodorio que rodea al santuario han llegado rumores de que el pueblo que surte las medicinas de su pequeña clínica ha quedado incomunicado por alguna extraña razón.

El día estaba extraño, parecía estar triste, ya que el cielo estaba totalmente gris. A pesar de ello, había una fuerte luz proveniente del mismo que te daba a entender que era de día sin duda alguna, varios guardianes de los templos estaban en sus posiciones, comenzando desde la casa de Aries, hasta la casa de Piscis, hipocentro general del relato que quiero comenzar. Se dice que el caballero de esta casa posee poderes especiales, además de ser llamado el más precioso. Es una especie de combinación de una piedra preciosa digna de un Dios, con rosas, sangre y veneno. Se le ha asociado con alguien sobrio y tímido, no permite que otras personas estén a su alrededor y está sumido en una soledad que el mismo dejó sobre sus hombros. ¿Debería describirlo, verdad?, posee una tez blanquecina, que casi palidece sutilmente. Ojos de zafiro y cabello azulado, extremadamente largo y lacio, que siempre deja danzar sin ataduras o ligas que lo maltratarían.  Sin duda era tan hermoso como las rosas.

Había sido llamado hacia la cámara del patriarca, se le sería asignada una misión. Él podía fácilmente cruzar su casa e ir directo a la habitación del patriarca, lujo que pocos poseían, por no decir que solo él, ya que el camino estaba totalmente plagado de las que él llamaba sus rosas demoníacas, preciosas rosas rojas que con su aroma te hacían delirar y sus espinas te hacía perecer. Caminó entre las mismas que habían sido su única compañía durante años, y llegó de inmediato cerca del patriarca Sage.

-¡Tan pronto como siempre!- dijo el anciano postrado sobre un altar de piedra caliza, viendo como el joven caballero cruzaba la sala sin prisa, elegante y silenciosamente, haciendo repiquetear la bota de su brillante armadura dorada.

-Cuando el deber lo requiere, no debería haber nada interfiriendo- respondió al aparente cumplido Albafica, bajando su cabeza en muestra de respeto. El patriarca sonrió.

-Has escuchado los rumores en Rodorio, ¿verdad?, supuestamente algo sucedió con la ciudad que surtía en la aldea las medicinas, y han llegado una serie de rumores que indican que algo extraño sucede en la ciudad. Sospechamos de algunos espectros, ya que algunos caballeros de plata que fueron hacia allá por medicina, sintieron un extraño cosmos dormido- comenzó a relatar el pope

-¿Dormido?-

-Parece estar neutro, no ha afectado a nadie, pero creemos que no falta mucho antes de que comience a hacerlo-

-Se me encomienda entonces esa investigación, ¿no es así?- dijo Albafica dando media vuelta para comenzar con todo de inmediato, apresurando su andar.

-La pequeña Athenea ha escuchado todo, y pide que por favor regreses con vida-

Piscis se detuvo en seco, con sus ojos cerrados, luego de unos cuantos segundos continuó su camino sin decir nada, esa era su gélida manera de decir que todo estaría bien. Salió del recinto divagando en todo, pensando en aquella niña de ojos bonitos y tristes que había visto hacía unos días antes.

No es que estuviese husmeando en las habitaciones de la sala del patriarca, lo que en realidad sucedió es lo siguiente: la pequeña niña, que había llegado solo hacían unos pocos meses traída en manos de uno de sus camaradas Sisifo, caballero de oro de Sagitario, parecía no habituarse aun a la atmosfera del santuario en Atenas, ella era la reencarnación de la diosa ojos de lechuza para aquel tiempo, pero parecía ser una carga de enormes proporciones para tan delicada florecita.

La misma aunque no se quejaba, tenía siempre ese dejo de tristeza en sus ojos, oyó entonces, en una amena y fastidiosa conversación que Albafica llevaba con Manigoldo, santo de cáncer, que si las cosas seguían como iban, acabarían pereciendo… eso pareció destrozarla por completo.

-¿morirán por mi culpa?- espetó con fuerza la pequeña niña que estuvo escondida tras una puerta por algunos minutos, hasta que claro, se sobresaltó. Ambos santos dieron media vuelta, encontrándose con la pequeña Sasha ahí, aterrada.

-¡No es a eso a lo que nos referíamos!, no seas llorona- inquirió Manigoldo, tan áspero como siempre, también preocupado por las lagrimas que parecía iba a soltar la pequeña niñita

-P-pero…-

-¿qué has oído exactamente?- masculló Albafica, inexpresivo con sus ojos sobre ella

-“Como las cosas sigan así, moriremos, Athena quizás así lo quiera”- repitió la niña –Yo no…- alzó su mirada -¡Yo no quiero eso!- exclamó al límite

Ambos sonrieron ante la acotación de la niña

-¡Eres pequeña aun!, pronto lo entenderás- espetó Manigoldo juguetonamente, halando un precioso y corto cabello de la niña, cual niño travieso metiéndose con su mejor amiga

-¿qué he de entender?- susurró ella, limpiándose las lagrimas con su antebrazo

-Que las Diosas no lloran por sus camaradas que morirían a gusto por su ideal- soltó Albafica, con tono de voz de sermón –eso sería una falta de respeto hacia nosotros mismos, sería un insulto, si tanto te preocupamos, no derrames ni una lágrima ni te entristezcas-

Sasha, la pequeña Athena abrió sus pequeños ojos como la luna, confundida no solo por aquellas palabras, si no por el aura que desprendía aquel caballero de oro tan precioso. Albafica sonrió al recordar ese día… ese día en que supo que Kardia desapareció con Sasha y pocos días más tarde apareció con ella, más decidida a ser Athena que nunca. ¿Qué clase de cosa les habrá sucedido para ese cambio tan drástico de elección? Él había leído a través de las lagrimas de cristales de esa pequeña niña que repugnaba el hecho de ser la diosa de la guerra que defendería a la humanidad, ¿Qué habrá sucedido entonces?, además de ello, el mismo regresó ardiendo su corazón, aun está ahí, debatiendo entre la vida y la muerte, se supone que su corazón arde a tales magnitudes solo si llega a su límite, la pequeña Sasha ha de estar preocupada. Degel de Acuario, cuyo don es la magia con las bajas temperaturas es el único que puede resolver el incendio en el centro de vida del caballero escorpión.

Vaya que era irónico, pero solo quedaba rezarles a los Dioses.

El por su parte, debía terminar con su misión.

El pueblo estaba a unos dos días caminando sin detenerse, y a un día si iba en auto, quizás podría encontrar a uno de los leñadores que llevaban leña en dicho pueblo, quizás, podrían llevarlo con ellos por una buena paga. Eso era mejor que caminar y tardar tanto. Suspirando, se encaminó hacia el campo de rosas escondido en una parte olvidada del santuario, ahí se había criado y había estado con su maestro Lugonis, hasta que este murió. Los recuerdos a  veces lo amordazaban en las noches frías en que volvían entre sueños, solía despertar bañado en sudor y suplicando el tener a alguien a un lado, pero claro está que era un secreto, y era algo imposible, ese anhelo era algo que trataba de olvidar.

Era un guerrero y esas cosas eran inútiles.


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