07 enero 2012

Justicia & Sacrificio [Capítulo#O5]



Capítulo 05: ¡Alerta Escorpión! No eres más que un luchador rígido

Vaya que hacía calor, ya casi mediodía, en el desierto, y solo a él se le había ocurrido tomar su chaqueta, se la sacó al cabo de unos minutos bajo miradas atónitas de los demás turistas a su alrededor, vaya que todo era por culpa de aquella repentina lucha entre sonrojos contra aquella chica… ¿Por qué la recordaba otra vez?

Un niñito se acercó a él de entre la multitud, llevaba un periódico. Le compró uno e intentó leer. Sin embargo era prácticamente imposible, había un gran bullicio a su alrededor, personas tomándose fotos y turisteando, personas de igual manera en alguna especie de procesión religiosa sumado a la bulla normal que crea un mercado en alguna ciudad.

Caminó, intentando acercarse más al templo de Karnak, se le terminaba el tiempo y el calor era insoportable, pasando entre la gente escuchó de algunos que al parecer la entrada al templo estaba cancelada ese día, debido a que la desaparición de una de las sacerdotisas no había sido alguna manera de atraer más turistas.

Interesado e imposibilitado de moverse de entre las personas, abrió el periódico.

Accidentes de tránsito, alguna que otra nota de política…

“El pasado jueves, a altas horas de la noche las sacerdotisas del templo de Karnak hacían su labor normal en esta época del año, sin embargo, el grupo de sacerdotes que deben llegar al amanecer a inspeccionar todo, encontró desmayadas a las mismas ante el trono de la Diosa Maat que adoraban.

Una de las mismas había desaparecido entonces, junto a la estatuilla más valiosa de la Diosa, llenando de consternación a las autoridades concernientes. No hay rastro de quien o que se apoderó de aquella estatuilla y la libertad de la sacerdotisa.”

Definitivamente había algo extraño en todo aquello. Había algo entre la gente, podía intuirlo. Cerró el periódico y lo apretó con sus manos, dando media vuelta decidido a escapar de la gente que lo mantenía encarcelado.

Tropezó con algo, al bajar su vista se dio cuenta de que había sido con alguien. Un anciano.

-disculpe- dijo al mismo tiempo en que le ayudó a restablecerse

-Oh, no te disculpes hijo.- dijo aquel anciano entre balbuceos, anciano de piel de chocolate y ojos profundos, como el mismo desierto. Con sus ropas empañadas por el sudor y bajo un viejo sombrero de fedora de color marrón claro ocultando sus canas.

Milo ya tranquilo, enrolló su periódico y se dispuso a caminar, sin embargo la voz de aquel anciano lo detuvo en seco.

-eres un gran guerrero- pronunció el mismo –huyes de algo, pero llegará frente a ti, correrás, te ocultarás en la arena tal como sabes hacerlo, pero no será suficiente. Luego el dolor será tal, que preferirás llorar color escarlata con tal de terminar con todo. Eres un gran guerrero, pero no eres Dios, recuerda eso-

Milo se volteó con una velocidad impresionante. Quería localizar al anciano, no sabía por que razón se sentía tan intimidado, nervioso, como si aquella advertencia fuese verídica, y el por desgracia no supiese con exactitud por donde atacaría el enemigo. No obstante, una chica se acercó al anciano, tomándolo de la mano y llevándoselo con ella. Parecían ser parientes.

-siento si te incomodó, está enfermo y declama a las personas que consigue por todos lados- se excusó la chica de unos 17 años de edad. –Inventa historias, lo siento mucho- dicho esto, se llevó al anciano, que parecía estar sumergido en otro mundo, viendo a las personas de su alrededor.

Rayos, unas 12.000 veces más.



Flores blancas. Jazmines para ser más exactos. En el oasis de Egipto, a las orillas del Nilo, se da bastante el jazmín.  Llevaría algunas en agradecimiento a quienes lo hospedaron en su casa sin hacer tantas preguntas.

-¡Vaya! ¡Justo a tiempo!- dijo aquella chica que lo había despertado justo al perecer de la mañana, luego de abrirle la puerta.

-¿tiempo?-

-¡Vamos! Es hora de almorzar-



Ya en la mesa.



-Padre, ¿Cómo te fue en el trabajo hoy? ¡Has llegado temprano, por suerte!- dijo la chica, sentándose lentamente a la mesa

-La verdad tengo que ir esta noche, pero llegaré antes del amanecer, lo prometo.-

La cara de ella se entristeció un poco

-recuerda que no puedes excederte mucho, podrías…-

-lo sé cariño, no te preocupes.- dijo su padre -¡Además! No me pintes de enfermo inservible delante de la visita.- rió el hombre, a la par con su hija tiempo después

-¡Lo siento!- rió ella que volteó a ver a Milo, que comía en silencio algo apenado -¿sabes? ¡Descubrí que es alguien muy altivo!- bromeó ella, que estaba a su lado, dándole un leve golpe con el codo

Milo la miró sin entender muy bien

-También que puede estar alerta mientras duerme- agregó luego de dejar de reír –genial, ¿no?- tomo un poco de su jugo

-¡Hija! ¿Podrías ser más respetuosa? ¡Mira como lo has puesto!-

Jamás en mi vida podría enserio describir cuan cómico podría verse este peligroso caballero escorpión mientras sus mejillas estaban tiernamente teñidas de rojo. Otro punto en contra a él mismo en aquella situación además del encanto que comenzaba a tener hacia aquella chica era que no tenía buenas respuestas hacia aquella “manera de dormir” que ella decía que tenía.

“Lo que sucede es que el entrenamiento ha hecho que posea esa postura rígida incluso al dormir, y más aún cuando estoy en  plena misión”. No, claro que no podía decir eso. Solo debía quedar en silencio, claramente, nadie podría sospechar algo, ni siquiera imaginarlo. No tenía tan mala suerte… ¿o si?.

-Milo, me has dicho que vienes de Grecia, ¿no?- apuntó el hombre aun mientras ingería sus alimentos, el mismo asintió de inmediato algo animado -¡Aquí han llegado muchas leyendas desde allá!, ya sabes, Aristóteles, Platón, filosofía, mitología, historias y demases, Egipto y Grecia poseen una gran relación, sin embargo, algo que me llama mucho la atención de Grecia es que dicen que en Athenas existe un santuario ateniense, en el que existen caballeros de la mismísima reina diosa-

La respuesta es sí, si tenía mala suerte.

-¿Enserio? ¡No puedo creer que dicha leyenda se haya difundido tan lejos!- respondió Milo disimulando su nerviosismo

-lo cierto es que es bastante increíble, sin embargo, se que los Dioses nos protegen, a pesar de todo. Así que…-

-tiene un porcentaje de creencia, ¿no?, la verdad he oído de ellos, si ha llegado hasta aquí es obvio que es algo muy hablado en Grecia.-

-Lo imagino… ¿Cómo decía aquella historia?- dijo el padre de la chica pensando, mirando hacia el techo como si en el mismo estuviese escrito aquello que quería recordar –oh si, decía: “Podían desgarrar el cielo y con un solo puntapié… abrir grietas en el suelo”-

-¡Usted bien podría narrar alguna historia en la radio!- elogió Milo astutamente.

Todos rieron.


La cena terminó rápidamente, el padre minutos después se despidió de su hija y partió hacia el trabajo, la misma regresó hacia la mesa y se encontró con Milo comenzándola a levantar.

-a ver, no creo que sea necesario que hagas eso, tienes manos de guerrero, insisto- sonrió ella acercándose para tomar ella los platos

-todos me atribuyen ese cargo, ¿qué no parezco alguien normal?- bufó él, mientras ella tomaba sus manos para apartarlas de la vajilla

-de hecho no- dijo ella que lo miró fijamente a los ojos a Milo –no… se tu nombre- agregó

-yo tampoco.- sonrió él –es decir, yo tampoco se tu nombre-

-Zahra- sonrió ella –casi como el desierto, creo que significa algo como flores o algo por el estilo-

-lindo nombre- dijo él apartando sus manos

-¿y el tuyo?-

-Milo… algo así como continentes desaparecidos o eso creo-

Ella sonrió

-esplendido-




La verdad su estadía comenzaría a crearle alguna clase de trauma, estaba completamente seguro de ello. Luego de ayudar un poco a Zahra y hacerle compañía se dirigió a su habitación, ensimismado en pensamientos, dudas, y toda clase de tonterías abrió la puerta de la habitación en que se hospedaba, ya comenzaba a oscurecer.

Tendría entonces, que esperar hacia la llegada de Saori con sus compañeros o la aparición de Kiki para enviar información. Comenzaba a atar cabos, trazarse metas, si todo fue tan preocupante como para detener las visitas turistas, tendría que añadir aquello a la lista de pistas. El santo escorpión sentía que algo se le escapaba de las manos, tenía un presentimiento.

Había estado ocultando su cosmos desde que llegó, sin embargo, todo había sido tan pacifico desde que piso tierras egipcias que, sencillamente era algo que lo comenzaba a inquietar. Sintió algo, claro que si, lejano, perturbando cada esquina por la que el asistía, bañando, impidiendo la tranquilidad total cual cortina oscura sobre la ciudad. Un cosmos maléfico. Sin embargo era algo fijo, casi infinito. Como si el mismo cosmos lo compartiesen miles y miles de insectos y se paseasen invisibles por el lugar. Era tan inquietante, fuerte y tan débil a la vez, como el acompañamiento de licor en algún pastel.

Se acercó al armario de aquella pequeña habitación, y dentro del mismo divisó el saco que cubría la caja de pandora de su armadura de oro. Todo estaba tranquilo… no, algo andaba mal, podía percibirlo.

Tocaron la puerta, él la abrió. No, no era hacia su habitación en donde habían tocado. Un poco confundido bajó lentamente las escaleras corroborando que todo estuviese en orden, vio a Zahra acercarse a la puerta y abrirla. Dio media vuelta para regresar a su habitación…

-¿Qué… es…?- escuchó claramente de Zahra, su voz se entrecortó. Ahí en ese mismo milisegundo sintió un extraño y fuerte olor, a la par de un cosmos horripilante. Abrió los ojos más de lo normal, saltando desde donde se encontraba hacia el suelo fijo, para ir en dirección hacia la chica.

La misma con una mirada atónita miraba hacia el frente, casi a punto de soltar un desgarrador grito, sin embargo, casi en un acto quizás de nerviosismo no soltó más que un gemido que de confusión. No podía siquiera creer lo que veía frente a ella, ¿qué era aquello?

Milo casi tan rápido como un relámpago se acercó a ella tomándola de la cintura hacia él, la llevó rápidamente tras su espalda y miró directamente al enemigo. Había algo familiar en él, ¿Qué era? Zahra continuaba completamente impactada, detrás de la espalda del chico que comenzaba a dar pequeños pasos hacia atrás.

El olor era tan intenso.

-no lo inhales directamente- le murmuró Milo a la chica, la misma continuaba completamente congelada, al sentirla de aquella manera reflexionó en que quizás ese shock no se le pasaría tan deprisa como necesitaba. 

Necesitaba hacer algo, pero su armadura estaba en el segundo piso. Maldición, ese cosmos era tan inquietante, subir al segundo piso era algo claramente difícil.

Dio un rápido vistazo hacia las escaleras, estaban a unos metros, a mano izquierda. Volvió su vista hacia el frente, aquel extraño ser se movió hacia adelante, abrió sus ojos más de lo normal, no lo vió moverse, ¿cómo es que ahora estaba tan cerca?.

-cariño… ¿por qué estás tan asustada?- susurró aquel ser, su voz era distante, parecía que provenía de dentro de un tubo de metal, a su vez, podía escuchar lamentos… lamentos como si personas estuviesen agonizando. Zahra cayó de rodillas. Milo giró de inmediato hacia ella.

-mamá…- pronunció. El santo de escorpión apenas pudo siquiera responder algo, ya que sintió como hacia él venía una fuerte ráfaga, tomó del brazo a Zahra y corrió escaleras arriba, sintiendo como la pared del pasillo al parecer era destruida tras un fuerte sonido. Levantando a la chica en brazos corrió escaleras arriba, la chica iba llorando, aún shokeada.

-¡Zahra tienes que oírme! ¡Eso no puede ser tu madre! ¡Por favor reacciona!- gritó completamente consternado. Dejó caer a la chica al suelo con suavidad y a la vez rapidez, mirando hacia ambos lados, recobrando conciencia de donde se encontraba y hacia qué habitación debía ir. Sin embargo sintió fuertes pasos detrás de él. Volteó abrazando a la chica. Aquel ser estaba cerca otra vez.

Parecía una mujer, una preciosa mujer de piel de melocotón, cabello muy parecido al de Zahra y ojos castaños, sin embargo, su piel era tan… falsa. Como la de una marioneta, tenía en el rostro una sonrisa marcada, retorcida, como si a un cadáver le hubiesen cocido la piel para intentar forcejarle una sonrisa. Su cabeza estaba levemente caída hacia un lado, como si la misma fuese una pieza a punto de caerse por el peso.

Daba pasos morbosamente lentos hacia adelante. Tenía una especie de vapor saliendo de sus manos, quizás de ahí provenía tal sonido. Zahra tomó su cabeza temblorosa, Milo seguía expectante entre que hacer o no. Estaba completamente limitado. Se acercaba un paso, aquel ser se acercaba otro paso más.

-tápate los ojos- le dijo Milo al oído, ella apenas parecía oir -¡Tápate los ojos! ¡Ya mismo!- dijo algo exaltado, tomando una de sus manos y posándosela sobre su rostro. La chica se colocó ambas manos en su rostro, y Milo la tomó con más firmeza, era hora de contra atacar.

Miró fijamente a su adversario.

-¡Restricción!- apuntó con voz fuerte, lanzando ondas circulares de cosmos hacia aquel ser, mientras sus ojos brillaban de color naranja por algunos segundos, con aquello pretendía intimidarlo y así tomar un poco de tiempo para llegar hacia su armadura. Cargó entre sus brazos a la chica y corrió en dirección hacia aquel ser, si la restricción había funcionado, podía pasar, si no era así, tendría que encajarle una aguja escarlata para derribarlo. Era un acto peligroso, tenía a la chica en brazos, tenía que atacar y defenderla a la vez.

Pasó frente al enemigo, el mismo parecía solo estar inmóvil, sin embargo, al dejarlo a sus espaldas lo sintió moverse nuevamente, con tanta rapidez como lo hizo anteriormente, y nuevamente atacó. Directamente a la espalda del escorpión.

-¡Maldición!- gritó Milo, sintiendo calor en su espalda, eso sumado a un ardor insoportable. Se volteó quedando contra la pared de la habitación que necesitaba, justo a unos centímetros de la puerta. Soltó a Zahra y le volvió a repetir que permaneciera con sus ojos sellados. Dio dos pasos hacia adelante y concentró su cosmos mirando con determinación al enemigo, que seguía gimiendo, y acercándose con morbosidad.

-¡Aguja escarlata!- gritó, apuntando con su dedo índice, directo hacia tres puntos clave de las extremidades bajas de aquel extraño ser. De inmediato chorros de sangre y gritos con eco salieron de la boca del monstruo, mientras el mismo caía de rodillas.

Lloriqueaba como una mujer, pero su cosmos era sencillamente fantásticamente malvado.

-¡Hija! ¿Dejarás que me hiera?- gritaba, Zahra se tomaba aun más la cabeza con sus manos, cerrando los ojos con fuerza. Milo volvió a encestarle tres agujas más.

-¡¿Quién demonios eres?!- gritó

-Mamá solo quiere ver a su pequeña hija preciosa- decía aquel extraño ser, que arrodillado debido a la fuerte presión proveniente de las 6 agujas escarlata que poseía ahora en su pecho y piernas, gateando lentamente, sangrando intensamente.

Milo levantó su mano derecha nuevamente, apuntando peligrosamente cual escorpión preparándose para picar a su víctima. Eso pareció enfurecer a aquel ser.

-¡¿Quién te crees que eres para apartarme de mi hija?!- gritó, levantándose entre lamentos más escalofriantes y el encender de su cosmos más fuertemente. Verdaderamente espeluznante. Apuntó hacia Milo extendiendo ambos brazos en línea recta frente a sí mismo. Y gritando soltó más gas de ese que expedía con fuerza. Llegó hacia Milo en facciones de segundos, en los que él, abrió la puerta empujando a Zahra hacia aquella habitación, no logró huir del todo, ya que su brazo derecho terminó amortiguando el ataque. Sintió como su piel quemaba… ardía.

El monstruo comenzó a acercarse nuevamente, repitiendo el nombre de Zahra. Milo se levantó con lentitud, sin embargo, el dolor era muy fuerte, su mano parecía además adormecida. Maldecía entre dientes, su vista se volvía nublada, volvía a maldecir, si tuviese su armadura aquellas heridas no fuesen la gran cosa, es más, quizás ni siquiera aquel vapor lo hubiese afectado.

Sus sentidos comenzaban a traicionarlo.

El monstruo levantó nuevamente sus manos, apuntando hacia Milo que no podía moverse. Preparó su gas… que saldría en 3… 2… 1…



¡Plasma relámpago!







-¿Qué sucede Milo? ¿El estar tanto tiempo sin armadura te ha hecho más lento?-

Aioria…

To be continued

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